VELORIOS DE PARIDAS

Ecomuseo la Alcogida

A pesar de que el informe de 2019, sitúa a Canarias como la comunidad autónoma con mayor indice de mortalidad infantil de España, 2,32 niños de cada mil nacidos, esta cifra nada tiene que ver con las que se daban antaño.

En relación a la mortalidad infantil en nuestras islas hubo una tradición que perduró desde el siglo XVI hasta las primeras décadas del siglo XX, los velorios de paridas.

¿Qué son los velorios de paridas?

Antiguamente, las madres daban a luz en las casas. Lo hacían en el suelo, recostadas sobre unas esteras o sentadas entre dos sillas, siempre asesoradas por comadronas y familiares. El cordón umbilical se cortaba con unas tijeras. La mortalidad infantil era enormemente alta. Muchas veces el recién nacido aparecía amoratado y muerto, sin que su propia madre pudiera dar explicación a lo ocurrido. Todos los pronósticos responsabilizaban de la extraña muerte a las brujas, que entraban en las casas para chupar la sangre a los niños.

Con la excusa de proteger al bebé de malos espíritus y brujas, hasta su bautizo, se montaban unas espectaculares fiestas, que duraban 9 días, eran los velorios de paridas. Durante los días de jarana se cantaba, bailaba, y bebía hasta la extenuación. Se decía que “no se podía apagar la luz de la casa mientras el bebé no se bautizara”.

La novena noche era conocida como Postrera o Última. Sin embargo, en Fuerteventura, era tradición ampliar la convocatoria un día más, con la llamada “reúltima”. Esa noche, mientras que la parturienta y el bebé estaban recostados en la cama, se procedía a narrar cuentos, leyendas, adivinanzas, y cantos de relaciones y amoríos, de los que saldrían nuevas uniones.

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En los velorios se jugaba, y mucho. Entre otros pasatiempos podemos destacar los de la fuente y la paloma, el puente, el malcasado, el salto tapado, el bombón, Bartolo en mano, el cuervo picón, el sombrero o caquero, los cocos, el Correchanco, el anillito, el santo, el morro, el cedacito, Vender la red, el perrito y el conejo, la Gallinita ciega, el juego vota, Estira y encoge, El molinito, foja y fos-fos, Corre mi carro, Pares o nones…

En Fuerteventura, los ritmos musicales que más éxito tenían en los velorios de paridas, siempre eran los aires de Lima, pues estas canciones se caracterizan por sus textos pícaros e insultantes a veces.

El velorio se realizaba en la habitación más grande de la casa. Las personas más humildes lo pasaban francamente mal, pues se veían en la obligación de alimentar a todo el que acudía durante las nueve noches, teniendo que matar, en más de una ocasión cabras o cochinos, un lujo para la familia.

Las “velas de paridas” eran comunes en todo el archipiélago. Fue una de las pocas formas que tenía la sociedad de la época, para relacionarse, e incluso, buscar pareja.

Pero, quién mejor que José Rial, uno de los últimos fareros de la isla de Lobos, para contarnos cómo se vivían los velorios de paridas en Corralejo. Aquí dejamos un fragmento de su libro Maloficio, publicado en 1928.

(…) En la casa de Cho José se celebra el velorio. Como en Tostón y en los otros pueblecillos de la costa de Fuerteventura, en Corralejos cada casa tiene una habitación reservada para el huésped.

Esta habitación es el sancta sanctorum. Ellos podrán dormir todo el año sobre colchones de paja en los mismos aposentos donde se come y se vive: pero el cuarto del huésped se respetará, salvo caso de enfermedad, o cuando nace algún chico y tiene lugar el velorio.

El velorio es una fiesta. A ella acuden las mozas, con los trapitos de cristianar, las casadas, los mozos y los chiquillos. Las noches de velorio, las amplias alcobas son insuficientes.

Las mujeres se sientan en las sillas, los hombres se apretujan en el suelo, y los chiquillos corren culebreando y arrastrándose de grupo en grupo.

Se juega a los naipes con almendras, al envite o a la banca; la familia se solaza con el anillito o las prendas, y los hombres graves discuten los incidentes de la pesca o hacen augurios sobre el tiempo.

El humo se corta. Son veinte o treinta cachimbas las que, a porfía con los quinqués de petróleo, enrarecen la atmósfera, cargada por la respiración de tantas gentes reunidas en un espacio reducido y sin otro hueco al exterior que la puerta.

La velada recibe en su cama monumental, con el chiquillo al lado, a toda esta gente. Inmediatamente después del parto empieza el velorio, que no cesa hasta que se bautiza la criatura.

Es el costumbre, el rito sagrado. Se ha hecho y se seguirá haciendo; porque si se duerme la madre sin luz y sin compañía, no estando el niño bautizado, vienen las brujas y se lo llevan para sus maleficios.

Como en todos los velorios, esta noche, que es la última, se ha improvisado un baile, y se ven recostarse en el cuadrado dorado de la puerta las parejas enlazadas, al compás del limpie y del acordeón, o sueltas, en la danza ritual de las folias.

Los mozos forasteros, que han acudido desde tres o cuatro leguas, esperan paseando ante la puerta, desgarbados y tímidos, a que se les dé el terrero : el permiso para bailar. (…)

Estas fiestas llegaron a durar más de 15 días en el siglo XVII. Para atajar tal desmadre la diócesis de Betancuria llegó a prohibir los bailes de paridas.

AMANECER

Mandatos episcopales de Betancuria, 24 de Julio de 1695

Que cuando algún vecino le nace alguna criatura están por espacio de 15 días muchas personas así como mujeres, hombres, niñas y muchachos, y mozos, hombres casados y de otros estados, bailando y danzando con mucha descompostura y acciones torpes y deshonestas …

Les prohibimos y mandamos pena de 15 días de cárcel y de 2 ducados a nuestro arbitrio y costas, que ninguna persona de cualquier estado, edad, y cualidad que sea, concurre en semejantes juntas en tiempo de noche, ni a los moribundos les asistan otras personas, que sus vecinos más cercanos y que sean personas devotas que digan cosas de Dios, y no cantinelas y cantares profanos, y a los casados y a los de bautismos les mandamos con la dicha pena doblada no consientan estas juntas…”

Los velorios de paridas no eran la única forma de proteger al bebé de los males sobrenaturales, también era costumbre hacer el zorrocloco. En esta singular práctica, el marido con intención de engañar a los malos espíritus, ocupaba la cama matrimonial, en la que habitualmente dormiría también el recién nacido, mientras, la madre y el bebé dormían en otra habitación. Además, para evitar que las brujas le hicieran daño al bebé se colocaban, en forma de cruz, unas tijeras tras la puerta de la habitación, o bajo la almohada.

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