Moriscos y esclavos en Fuerteventura

La cercanía de Fuerteventura a la costa africana, propició que la isla se convirtiera en un punto clave del comercio de esclavos. Esto ocurrió desde el mismo instante en que los europeos tocaron tierras canarias. 

En un primer momento se esclavizaron a los aborígenes canarios. Pero, tras la conquista de Fuerteventura, en 1404, y la posterior llegada de los Reyes Católicos al poder, a finales de la misma centuria, se protegió tímidamente a los aborígenes, prohibiendo que estos desarrollasen los trabajos más duros. 

Al seguir necesitando el archipiélago mano de obra barata, se aumentó la frecuencia de barcos que salían hacia el litoral africano. Cientos de navíos zarpaban de los puertos majoreros con dirección a berbería, para hacer cabalgadas o razias, capturando personas que, posteriormente, serían canjeadas o esclavizadas. 

Las primeras cabalgadas fueron capitaneadas, a partir del año 1467, por Diego García de Herrera, señor de las islas.

Los embarcaderos más importantes para estos menesteres fueron los de Caleta de Fuste, Tostón, Gran Tarajal, Pozo Negro, la Peña, y el Roque.

El comercio de esclavos constituyó, durante siglos, una importante fuente de ingresos tanto para las arcas públicas como para las privadas. Permitía unos beneficios de hasta el 250 % del capital invertido. Era, lo que llamamos ahora, un valor seguro.  

Uno o varios socios alquilaban los barcos, con su tripulación, y contrataban a los participantes. No podían faltar los adalides, moriscos que conocían la zona que se incursionaba y que se encargaban de guiar a la tropa hacia el lugar específico.

Una vez capturado el botín humano se transportaba a las islas. Los más pudientes eran rescatados por sus familiares en las expediciones denominadas rescates. El resto se vendían como esclavos. A partir de 1501 los moriscos, que aceptaban venir voluntariamente y convertirse al cristianismo, tampoco se libraron de ser esclavizados si llegaban sin licencia regia.

Playa de Ajuy
Playa de Ajuy – Punto de salida de las cabalgadas

Más de 10.000 personas fueron apresadas y vendidas en Canarias como esclavas, durante el siglo XVI. Los continuos ataques al vecino continente tuvieron una nefasta consecuencia. Los berberiscos se cansaron de tal tropelía y comenzaron, de manera alarmante, los ataques a Lanzarote y Fuerteventura. Muchos barcos canarios eran abordados, su carga robada y la tripulación capturada o asesinada. También hicieron incursiones dentro de las islas, la más contundente fue la protagonizada por el capitán corsario argelino Xabán, que arrasó Fuerteventura.

Desde 1572 el ritmo de cabalgadas en territorio africano decreció, debido a las restricciones impuestas por Felipe II. No obstante, las incursiones a Berbería no desaparecieron. 

Mientras que la cantidad de esclavos negros que se quedaban en Fuerteventura se iba reduciendo, aquellos de procedencia morisca se iban incrementando.

Algunos de los cautivos moros venían de los últimos territorios reconquistados de la Península, y entraban a Fuerteventura por dos vías: Junto a sus señores para colonizar y repoblar la isla, o traídos por haber cometido algún delito.

Moriscos en Fuerteventura

Los moriscos traídos a Fuerteventura trabajaron en servicios diversos. Fueron desde mayordomos de la nobleza y la iglesia, a carpinteros, ganaderos, albañiles, o gentes de la mar. 

La mano de obra de origen bereber era la mayoritaria en la isla, e incluía a los esclavos y a los hombres libres conversos 

Faro del Tostón – Punto de salida de las cabalgadas

Aunque no hay censos fiables de la población de Fuerteventura se estima que, a finales del siglo XVI, la población castellana en la isla, era de aproximadamente 2000 personas, y la de moriscos unos 1000. 

La falta de integración de los moriscos en la sociedad y su gran número comenzó a inquietar a las autoridades. El Gobernador Bernardino Ledesma envió una misiva a la Corte en la que contaba que:

ay más esclavos berberiscos y negros que vecinos

El visitador eclesiástico explicó, en 1558, que los moriscos en Fuerteventura viven alejados de los cristianos viejos, concretamente en las zonas de jables.

La inquisición y las autoridades eclesiásticas promovieron la creación de un censo fidedigno de moriscos y de unas normas de obligado cumplimiento, para conseguir su aculturación.

Entre estas normas se encontraba que al que se le sorprenda hablando su lengua o enseñándola a sus hijos se le penaría con trescientos maravedís, por infracción cometida. El que denunciaba tenía derecho a la mitad de la multa. 

También se les prohibió que:

 “usen hábitos como los alquiceres y tagolintas e incluso cantar cantares moriscos en lengua aráviga, lo cual es cosa escandalosa y de mucha sospecha”.

No se permitía la mancebía con moriscas. Se ordenó a los hombres casados cuyas mujeres no estuvieran en la isla que las hicieran traer.

Las primeras revueltas moriscas de Granada encabezadas por Abrahem Aben Humeya, en 1500, trajeron como consecuencia la conversión forzosa al cristianismo de todos los musulmanes de la época. En Fuerteventura, se colocó, en las iglesias, una tablilla con los nombres de los excomulgados y de los nuevos cristianos. 

Asimismo, para asegurarse que no se enterraba según el islam, se prohibió la inhumación en el campo. Era obligatorio hacerlo dentro de la iglesia. La sepultura debía de enladrillarse y no se podía abrir hasta, por lo menos, dos años después del fallecimiento de la persona. 

Se denunciaría a las moriscas que pudieran practicar la magia, hechicería, yerbatería o superstición.

En 1568, se produjo la segunda sublevación de los moriscos, que llevó aparejada la expulsión total de los mismos. Cuando se decretó la expatriación de los moriscos de Lanzarote y Fuerteventura, los señores   de la isla y en especial Ginés de Cabrera Bethencourt, beneficiado de Fuerteventura y Comisario del Santo Oficio de la Inquisición, alegaron ante la Corona que los moriscos de las islas no tenían nada que ver con los peninsulares, que habían venido voluntariamente, eran buenos cristianos, participaron en las cabalgadas y habían defendido las islas contra sus atacantes. Felipe III ordenó una investigación y, debido a los numerosos testimonios favorables, revocó la expulsión de los moriscos isleños.

En 1615 las autoridades de la isla pidieron a la Corona que los moriscos, ahora cristianos nuevos, se igualaran en privilegios a los cristianos viejos. Como ocurrió años atrás, Felipe III aceptó la prerrogativa equiparando en derechos a los cristianos viejos y se prohíbió, a petición suya, ser denominados moriscos, sólo naturales.

Esto ayudó a su integración en la sociedad, a que hubiera matrimonios mixtos y a la posibilidad de ocupar cargos públicos y profesiones de cierta relevancia. 

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