Las atalayas de Fuerteventura 

istas desde el Cuchillete de Buenavista
istas desde el Cuchillete de Buenavista

Fuerteventura cuenta con ciertas características geográficas que han facilitado, durante siglos, las incursiones de piratas y corsarios enemigos en tierras majoreras.  

Entre estas particularidades naturales podríamos nombrar la gran  extensión con la que cuenta la isla. Fuerteventura mide de punta a punta unos 100 kilómetros de longitud, convirtiéndose en la isla de mayor largura de todo el archipiélago canario. Eso unido a una orografía de costas suaves y calas escondidas han facilitado, durante tiempo, el fondeo de barcos sin ser detectados, complicando la defensa de nuestro litoral. 

A pesar de que estas particularidades eran conocidas por los habitantes de Fuerteventura, la vigilancia de las costas majoreras siempre fue deficitaria tanto en número como en equipamiento.

Los mahos ya disponían de una amplia red de puntos de vigilancia. En la mayoría de estos oteaderos aborígenes se encuentran inscripciones líbico-bereber y líbico-canario, también grabados barquiformes.

Tras la conquista franco-normanda y la posterior colonización castellana se siguieron utilizando algunas de las atalayas aborígenes, y se crearon  otras nuevas.

Estas atalayas se situaban en enclaves de óptima visibilidad, ocupando, en la mayoría de los casos, las cumbres de los cerros más elevados. En otras ocasiones se emplazaban en lugares destacados de las laderas, que contaban con una situación visual privilegiada hacia los valles y la costa.

Montaña Escanfraga
Montaña Escanfraga

No hay que entender las atalayas majoreras como baluartes defensivos, semejantes a los que se instalaron en otras zonas del archipiélago canario y, mucho menos, como las torres-atalayas levantadas en gran parte de la península. Las atalayas de Fuerteventura eran, más bien, puestos de observación, que no contaban con ninguna construcción asociada, lo más, algún abrigo natural o alguna que otra casucha levantada de piedra, para que los atalayeros se guarecieran de las inclemencias meteorológicas, ya fuese el viento, el sol o las lluvias.

Estos puestos de vigilancia estaban conectados visualmente con, al menos, otras dos atalayas, y a través de señales de humo por el día y de la luz de las hogueras por la noche, permitían alertar de cualquier peligro inminente a las milicias de Fuerteventura y a la población cercana. 

PICO DE LA FORTALEZA
PICO DE LA FORTALEZA

En el siglo XVII, ya se mencionan siete atalayas para Fuerteventura, que debían de estar funcionando tanto de día como de noche. Y son las siguientes.

La primera en el Morro de Juan Martín, a donde descubre por la parte del sur la costa de Tarajalejo, y Tarajal del Sancho; la segunda en la montaña de Manintaga, registra Puerto de Gran Tarajal; la tercera en la montaña de la Torre registra el Puerto de Pozo Negro, y el de Caleta de Fustes, la cuarta en la montaña de Timanayre que registra Tigurame, puerto de Cabras, y puerto de Lajas, la quinta en la montaña de Tetir registra el Jablillo, la sexta en la montaña de Escanfraga registra el Pozillo, Corralejo y el puerto de Tostón; la séptima en la montaña de Tiagora, registra por la parte del Norte, los puertos de la Peña, y el de Amanay.

En el mismo documento se dictan las instrucciones que hay que seguir en caso que se de el toque a rebato:

 “De la atalaya del Morro de Juan Martín a el lugar de Pájara que es el más inmediato, hay una legua, y su compañía tiene la obligación de acudir al puerto de Tarajalejo, que es a la distancia de tres leguas por ser el más cercano de la atalaya de Manintaga. 

Al lugar de Tuineje, que es el más inmediato, hay dos leguas; acude su compañía a el puerto de Gran Tarajal que es a tres leguas de distancia. 

De la atalaya de la Torre al lugar de las casillas de Morales y Agua de Bueyes hay de distancia dos leguas; acuden sus compañías a el puerto de Pozo Negro, que es a tres leguas de distancia.

 De la atalaya de Timanayre a el lugar de Triquivijate hay una legua; acude su compañía al Puerto de Caleta de Fustes que dista legua y media.

 De la atalaya de Tetir a el lugar del mismo nombre hay una legua; acude su compañía al Puerto de Cabras, que está legua y media de distancia.

 De la atalaya de Escanfraga al lugar de la Oliva hay una legua; acude su compañía al Puerto de Corralejo, Posillo, y Tostón habrá cuatro leguas y al de Tostón tres.

 De la atalaya de Tiagora a la villa de Santa María, que es la capital de la isla, hay una legua; acude su compañía al Puerto de la Peña, que es a dos leguas de distancia.”

Calderetilla de Fimapaire- Morro Grande y al fondo Escanfraga
Calderetilla de Fimapaire- Morro Grande y al fondo Escanfraga

A pesar de la vigilancia, casi constante, de la costa de Fuerteventura, muchas veces los avisos no fueron de gran utilidad. El 9 de noviembre de 1740 los atalayeros, que estaban apostados por Sotavento, avistaron varias embarcaciones inglesas que se dirigían a Fuerteventura. La goleta británica se acercó hasta los puertos de Giniginamar, y Tarajalejo sacando sin esfuerzo las balandras allí refugiadas.

Los atalayeros de la isla dependían de las Milicias de Fuerteventura, que estaban conformadas por vecinos de la isla. La gran mayoría, sin formación militar. Durante más de tres siglos los atalayeros estuvieron en vela, defendiendo la costa insular frente a las numerosas amenazas exteriores. 

La vigilancia del litoral majorero, a través de las atalayas, estuvo vigente hasta finales del siglo XVIII. Las atalayas fueron un importante punto de apoyo a las dos torres defensivas de la isla: La del Tostón y la de San Buenaventura.

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