Fuerteventura, la segunda isla más grande del archipiélago canario, es un verdadero paraíso para los amantes de las playas vírgenes y paisajes deslumbrantes. Entre sus tesoros ocultos, se encuentra la encantadora y paradisíaca Playa de la Señora. Esta joya costera se destaca por su belleza natural, arenas doradas y aguas cristalinas que atraen a visitantes de todo el mundo.
La Playa de la Señora está enclavada en la costa sureste de Fuerteventura, en la península de Jandía muy cerca de la playa de las Coloradas. Para llegar a este rincón paradisíaco puedes hacerlo desde Morro Jable, recorriendo una pista de tierra serpenteante que ofrece vistas espectaculares del océano Atlántico y los paisajes áridos y volcánicos característicos de la isla.
La Playa de la Señora se distingue por su franja de arena dorada que se extiende a lo largo de aproximadamente 400 metros. Cuenta con una anchura media de 30 metros. Su fina arena, cálida bajo los pies, invita a los visitantes a relajarse y disfrutar del sol radiante de Fuerteventura. Las aguas turquesas que bañan la playa son cristalinas, permitiendo observar la vida marina y explorar los rincones más profundos con facilidad.
A diferencia de algunas playas más concurridas, la Playa de la Señora ofrece un ambiente sereno y tranquilo. Aquí puedes escapar del bullicio de la vida cotidiana y sumergirte en la paz y la armonía que ofrece este remanso de tranquilidad. Es el lugar perfecto para disfrutar de una lectura relajada, una siesta reparadora o simplemente contemplar el horizonte.
Actividades en la playa de La Señora
Para aquellos que buscan un poco más de emoción, la Playa de la Señora también es un punto de partida ideal para diversas actividades acuáticas y deportes de aventura. Desde el surf y el windsurf hasta el buceo y el snorkel, aquí puedes explorar las aguas atlánticas y descubrir la impresionante vida marina que se esconde bajo la superficie.
Los atardeceres en esta cala son verdaderamente inolvidables. Cuando el sol se sumerge lentamente en el horizonte, el cielo se pinta de tonos cálidos y crea un espectáculo de colores hipnotizador. Disfrutarás de momentos mágicos que permanecerán en tus recuerdos mucho después de abandonar este paraíso terrenal.
Entorno natural protegido.
Lo que hace aún más especial a la Playa de la Señora es su entorno natural protegido. La zona circundante alberga una rica biodiversidad, con plantas autóctonas básicamente constituida por el cardón de Jandía junto con otras especies propias del matorral nitrófilo árido, como el espino, la rama y la aulaga. En la zona también habita: la tabaiba amarga, el cosco, y la orchilla,
Asimismo la zona se convierte en un punto importante para la observación ornitológica. El guirre, el cuervo canario, el aguililla , la hubara canaria, el corredor sahariano y el cernícalo, habitan en perfecta armonía con otras aves de menor tamaño como la tarabilla canaria y el alcaudón.
¿De dónde viene el nombre de “Playa de la Señora”?
Para desentrañar los misterios anclados en el pasado sobre este topónimo nos sumergimos en legajos históricos a ver si nos arrojan algo de luz.
Entre los escasos documentos históricos, emergen relatos legendarios que tejen un tapiz misterioso alrededor de este lugar. Entre las verdades que podemos contarte, se revela que el toponimio ya existía a finales del siglo XVI. En las cartografías trazadas por Torriani en 1590, esta cala resonaba con el nombre de “Casa de La Señora”.
¿Y quién es esa misteriosa señora? Nuestros pensamientos se deslizan hacia María de la O Muxica (Mújica), cuarta señora de Lanzarote y Fuerteventura en el último tercio del siglo XVI y unida en matrimonio con Gonzalo de Saavedra. Tras el fallecimiento de su esposo, Muxica se erigió como la Señora de Fuerteventura, título que portó con solemnidad hasta su último aliento.
En cuanto a la intrigante “Casa”, sospechamos que no se trata de un edificio material, sino más bien de la huella que Torriani dejó para señalar que ese rincón pertenecía a la distinguida doña María Múxica. Los vestigios de construcciones en la trasplaya, curiosamente, son testigos mudos de hornos de cal. A lo largo de los siglos, desde esta playa se embarcó orchilla y cal.
Doña Mujica también costeaba expediciones marítimas que iban hasta las costas africanas para captura de esclavos y que se sabe llegaban y salían de la costa de Jandía. ¿Acaso esos barcos recalaban en esta cala en particular?
En el telar de las leyendas, dos narrativas persisten a lo largo de los siglos, y una de ellas se entrelaza con la enigmática “Luz de Mafasca”:
“Dicen que hace siglos llegó un barco a Morro Jable. Desembarcaron una señora y dos hombres. Y construyeron allí una casa. Todavía quedan las ruinas con el nombre de la casa de la Señora. Uno de los hombres se llamaba Pedro Darias. Un día salió de cacería. Y, cuando volvió, se encontró con que había vuelto el barco y se había llevado a la señora y al otro hombre. Cuando se vio abandonado se echó a andar por la isla adelante. Y, al sentirse fatigado por el cansancio y el hambre, se metió en una cueva a descansar. Pasó allí la noche. Se despertó hambriento. Vio pasar un cordero. Le tiró una piedra. Y lo mató. Después de sacarle la piel fue a buscar leña para asarlo; pero no encontró sino una vieja cruz de madera. Comió hasta hartarse. Y tanto comió que le dio una indigestión y murió. Fue un castigo de Dios por haber quemado la cruz. Desde entonces su alma sigue penando. Y esa es la causa de la luz Mafasca y de los estornudos del ovejo que se oyen en el lugar conocido por la cuesta de Pedriales. Que dicen que viene ese nombre de Pedro Darias”
Hay otra variante sobre María de Muxica:
Cuentan que fue acusada de brujería en tiempos de la Inquisición. Según la leyenda histórica, tras un largo peregrinaje en busca de una hija secuestrada por moriscos, viajó a Roma a pedir el perdón por un grave pecado que sólo el mismísimo Papa podía perdonar. Para cumplir la penitencia, nuestra protagonista se fue a vivir a Jandía, donde construyó una casa conocida como “Casa de la Señora”, en la cual trabajaba entre otros, Pedro Arias, quién posteriormente quemaría la cruz para asar un carnero y moriría por ello en un lugar que en su honor pasó a llamarse Cuesta de Pedriales.