En otoño, cuando comienzan a bajar las temperaturas y los primeros resfriados hacen acto de presencia es, para muchos, la época en la que más miel se consume. Pocas bebidas son tan vigorizantes como una tisana calentita, edulcorada con miel artesanal. Y es que la miel constituye un excelente alimento energético.
La miel fue uno de los primeros edulcorantes utilizados por la humanidad. Además, debido a sus propiedades antisépticas se empleó, desde antiguo, en la conservación de frutos, en la medicina e incluso en la elaboración de cosméticos.
Se sabe que desde el neolítico el hombre “saqueaba” los panales de las abejas. De ellos extraía miel y cera. Sin embargo, parece ser que la apicultura se originó en la edad de los metales, cuando se necesitó una producción estable de cera, elemento esencial en la metalurgia, en el proceso de la cera perdida.
En diversos poblados íberos de la península, se han hallado restos de colmenas cerámicas, embudos y envases propios de la apicultura. Muchas de estas colmenas cerámicas de época iberorromana se han clasificado erróneamente como conducciones de agua, pues su aspecto es muy similar.
Aunque los romanos avanzaron bastante en las técnicas apícolas, fue con la llegada de los árabes cuando se perfeccionó esta actividad.
En casi todas las islas del archipiélago, los aborígenes canarios ya utilizaban tanto la miel de abeja, como diversos tipos de melazas.
Tras la conquista castellana los cabildos de cada isla regularon la actividad apícola. Llama la atención que el saqueo de las colmenas silvestres estaba severamente castigado.
En los Acuerdos del Cabildo de Tenerife de 1503, podemos leer:
Ordenaron e mandaron los dichos señores que ninguna persona del estado ni condición que sea no sea osado de castrar colmena salvaje, cera ni miel ni enjambre, so pena de cien azotes, e que ninguna persona sea osada de comprar cera ninguna sin licencia de los diputados, para que sepa donde pendió la dicha cera; e cualquier persona que lo comprase sin la dicha licencia incurra en pena, por la primera vez seiscientos maravedíes para los propios e por la segunda MCC maravedíes e por la tercera cien azotes
Hay múltiples referencias, durante el siglo XVI, a las ricas mieles de La Palma, Tenerife, y Gran Canaria.
“Miel de abejas tenían mucha, cojíanla la que ella destilaba de los riscos y grutas de peñas, donde hay grandes abejeras silvestres”, escribió Juan Sedeño de Arévalo poco después de la conquista de Gran Canaria.
En la misma centuria, Fernández, reseñó sobre La Palma: “Produce mucha miel, la mejor del mundo”.
Por su parte, el fraile franciscano Abreu Galindo contó, a finales del siglo XVI, sobre la isla del Hierro:
Las flores son de muy suave fragancia de olor, y en grande abundancia, por cuya causa es extremada la miel que en esta isla se coge, y las abejas enjambran y multiplican mucho.
Galindo además relató que los aborígenes canarios hacían una deliciosa miel con el fruto del mocán, que llamaban chacerquen. Así describió la elaboración de esta melaza:
(…) tomaban los mocanes cuando estaban muy maduros y ponían los al sol tres o cuatro días, y después los majaban, y echaban a cocer en agua, y embebíase el agua y quedaba echo arrope, y colado con unos juncos hechos como harnero, lo guardaban, y de esto usaban como medicina.
Por el contrario Abreu Galindo contó de Lanzarote y Fuerteventura que:
Son estas dos islas abundantísimas de yerbas y muy olorosas flores; y así hay mucho ganado de cabras y ovejas y vacas. Y, con ser tan fértiles de flores y yerbas, no hay en ellas abejas, ni se han podido criar, aunque se han llevado de las demás islas; y entiendo ser causa la llaneza de la isla y correr grandes vientos a la continua, y no tener abrigas.
La aparición del topónimo, en el siglo XVII, de “Ladera de la Miel de Abejas”, situada próxima a la ermita de San Andrés, en Tetir, hace pensar que los primeros intentos de implementar la apicultura en Fuerteventura, tuvieron lugar en estos fértiles valles.
La cría de las abejas no tuvo mucho recorrido en Fuerteventura, y por ello fue necesario traer la miel y la cera de otras islas, especialmente de Tenerife, Gran Canaria y la Palma.
Los productos extraídos de las abejas (miel y cera), no solo estaban grabados con impuestos municipales, sino que también estaban sujetos a los impuestos de la iglesia.
En 1543 el emperador Carlos V, escribió a las autoridades locales de la Gomera, Lanzarote y Fuerteventura para que los cabildos no impidieran al Dean cobrar los diezmos eclesiásticos, so pena de costear los gastos que pudiera ocasionar el desplazar hasta Canarias, un Juez mandado por la Corte.
“Si de la miel e cera de las avejas deve ser pagado diesmo dísese que sí por Eamdem rationem”.
En Fuerteventura se vendían dos tipos de miel: la de abeja y la de caña. Sus precios eran fijados por el Cabildo y solo se podían vender en los establecimientos autorizados.
Acuerdos del Cabildo de Fuerteventura:
Legajo 6, f. 15, 1 Septiembre 1700. Villa de Betancuria.
(…)Habiendo personas que venden en sus casas vinos, miel, higos y otros géneros sin ser de su cosecha, de lo que se sigue daño, acordaron solo deberán vender dichos efectos a las ventas públicas, pena de 6 ducados.
Durante gran parte del siglo XVIII el cuartillo de miel de caña se fijó a 4 reales, mientras que la miel de abeja a 6.
Legajo 4-a, f. 67,1 junio 1754. Villa de Betancuria.
(…) se decretan los siguientes precios: el cuartillo de vino malvasía, a dos reales de vellón; el de vidueño, a real; el de aceite de comer a seis reales; el de miel de caña, a cuatro; el de miel de abejas, a seis.
A finales de esa centuria la miel de abeja alcanzó el precio de 15 reales el cuartillo, y la miel negra o de caña los 10.
Para encontrar en Fuerteventura, las primeras colmenas viables, hay que asomarse hasta los albores del siglo XXI. Uno de los primeros en instalar colmenas en la isla fue Juan Rodríguez Marrero, que colocó en sus plantaciones de aloe vera, cerca de Tiscamanita, cuatro colmenas, traídas de Gran Canaria. La intención de Juan, gerente de Sabila Maxorata, era la de comercializar la miel de aloe vera. Posteriormente le siguieron otros entusiastas de la apicultura, entre ellos Bruno Gil y Carlos Ávila Cabrera.
Bruno Gil puso colmenas, en su finca ecológica, situada en El Rincón de Cuba (entre Villaverde y Lajares). En esa finca nació, en 2008, la primera abeja reina majorera.
Carlos Ávila Cabrera comercializa la miel “Flor del Desierto”.
Las abejas “majoreras” elaboran su miel con flores que no se dan en muchas partes del mundo, como son la barrilla, el corazoncillo, la tabaiba dulce, la palmera, las tuneras, la pitera y el verol, por lo que su sabor y su olor es muy de nuestra tierra.