
El aislamiento y la falta de médicos en Fuerteventura, favoreció, desde tiempos inmemoriales, el aumento de prácticas que podríamos enmarcar dentro del curanderismo y la superchería popular. Recordemos que Fuerteventura, durante mucho tiempo, contó con un solo facultativo para toda la isla. Por ello, es comprensible y natural, que existiendo enfermedades y no médicos, los enfermos recurrieran, para aliviar sus males, a ciertas personas que gozaban de mayor influencia y autoridad, capaces de tranquilizarlos y atemorizar a los malos espíritus. De ahí que el curanderismo estuviera, hasta hace bien poco, tan arraigado en la isla.
Esta práctica se presenta bajo distintas modalidades, que podríamos enmarcar dentro de dos diferenciadas: curanderos y santiguadores. Sin embargo, ambas se entremezclan, pues en las dos intervienen rezos y letanías.
A groso modo, diríamos que los santiguadores entrarían dentro del grupo de la hechicería. Se valen de ciertas prácticas extrañas y seudoreligiosas para conseguir sus objetivos. Mientras que los curanderos, utilizan vagos conocimientos de yerbatería, y remedios populares, para disminuir los síntomas de ciertas enfermedades, sobre todo, las que tengan que ver con riñones, aparato respiratorio, heridas y traumas.
Entre los últimos curanderos más populares de Fuerteventura se encontraba Agustín Afonso Ferrer, más conocido como “El médico de los corderos”.
El Médico de los corderos
Todavía está en pie y se puede visitar “El Escorial”, la casa que Agustín levantó con mucho esfuerzo. La última morada del Médico de los corderos se encuentra en la desembocadura del barranco de la Peña, muy cerquita de la playa del Jurado.

Agustín Afonso Ferrer nació en la localidad tinerfeña de Guía de Isora, en 1860. De allí salió en 1907 para no regresar jamás, dejando mujer y familia. Poco se conoce de su vida en su isla natal, salvo que era comerciante, y que sentía un interés especial por la medicina popular. Según sus propias declaraciones, trabajó de ayudante del médico Tomás Zerolo, donde adquirió un avanzado conocimiento sobre plantas medicinales y sus propiedades.
Al poco de llegar a Fuerteventura contactó con algunos ganaderos a los que compraba corderitos y cabras, que embarcaba y vendía en Gran Canaria y Tenerife.
Vivió por un tiempo en La Oliva y en el Valle de Santa Inés, pero en 1910 el Ayuntamiento de Betancuria decidió cederle unos terrenos para que se hiciera una casa y se quedara a vivir allí.
D. Agustín se movía, por Fuerteventura, a camello y en burro provisto de hierbas y remedios caseros para tratar los males y enfermedades de sus vecinos, que en aquella época eran mayoritariamente neumonías, catarros, pulmonías, forúnculos, esguinces, dislocaciones de huesos o torceduras.

Algunas de las hierbas que empleaba “el Médico de los corderos” para elaborar tisanas y ungüentos, crecen salvajes en la isla. Entre las más usada estaban los abrepuños, borraja, conservilla, greña de millo, hierba luisa, malva, orégano, romero, ratonera, sándara, yerba clin, etc.
Aunque el Médico de los corderos se granjeó una gran popularidad en Fuerteventura, entre la gente más humilde, fue denunciado y detenido en varias ocasiones, por intrusismo profesional. Salió airoso en la mayoría de los juicios. Se suele decir que D. Agustín atendió a la población de forma generosa, desinteresada y altruista, sin cobrar nada por sus tratamientos, sin embargo, este hecho no es del todo cierto, pues cobraba un “canon” anual a los vecinos que querían ser tratados.
Cuando se le detenía, la noticia era rápidamente publicada en los periódicos de la época. Veamos un ejemplo que salió en el Diario de Tenerife del 19 de Octubre de 1909.

La Guardia Civil de Puerto de Cabras ha detenido y entregado al juzgado municipal de Casillas del Angel, a Agustín Alfonso Ferrera (a) Médico de los corderos, natural de Guía de Tenerife, de 56 años de edad, casado, por permitirse hace algún tiempo ejercer la profesión de curandero de toda clase de enfermedades, sin título alguno que lo autorice, y cobrando cinco pesetas anuales a cada vecino de varios pagos, como asimismo cobra a precio máximo las curas que efectúa en otros pueblos de la isla.
Una década más tarde fue denunciado por el doctor de Puerto Cabras, Santiago Cullen e Ibáñez. En esta ocasión, cientos de personas firmaron un escrito comunicando al juez que, don Agustín nunca había presumido de ser médico, que sus curas eran sencillas e inocuas, solo cobraba la voluntad de las personas.
Agustín Afonso Ferrer, para los majoreros “El Médico de los corderos”, falleció en agosto de 1946 a los 85 años de edad, posiblemente de un infarto. Fue llevado hasta la Villa de Betancuria en camello, enterrado en la chercha, que es ni más ni menos que el espacio del cementerio, destinado a enterrar a los no católicos. D. Agustín no era un hombre religioso, entiéndase católico. Además, tuvo con una majorera de Tesejerague una hija, Teresita se llamaba, fuera del matrimonio.