Personajes ilustres de Fuerteventura: El Doctor Mena
Tomás Antonio de San Pedro de Alcántara Mena Mesa, más conocido en Fuerteventura como Doctor Mena, nació en la Ampuyentael 20 de febrero de 1802, en el seno de una familia muy humilde. Fue bautizado con apenas unas semanas el 12 de Marzo, en la parroquia de Santa Ana (Casillas del Ángel).
Con apenas 10 años de edad los padres de Tomás, José León Mena Medina y María de San Diego Mesa y Carrión, lo enviaron a las Palmas para que estudiara. Como no contaban con recursos económicos suficientes tuvieron que vender 10 fanegas de cebada y un pequeño ajuar. Por aquella época no existían escuelas en el municipio ni personas que se dedicaran a la enseñanza.

Una vez terminados los estudios primarios, comenzó la carrera de Filosofía en el Seminario Conciliar, incorporado por entonces a la Universidad de Sevilla.
El 19 de febrero de 1820, hizo oposiciones a las dos cátedras de Filosofía existentes en La Santa Iglesia Catedral de Canarias. Demostró con creces su capacidad para los estudios. Aprobó con la nota de Sobresaliente.
El doctor Mena renunció a esta cátedra, sin tomar posesión, al ser llamado por su hermano Conrado, que era presbítero en La Habana y contaba con alguna fortuna.
Según dicen, llegó al puerto de La Habana sin más equipaje que lo puesto: una camisa y un pañuelo.
Comenzó los estudios universitarios en la capital cubana. Pero, previamente necesitó promover el expediente de sangre que demostrase que no tenía mezcla ni raza de moros, judíos, herejes ni penitenciarios. Para dar fe de su naturaleza, presentó como testigos a Francisco Bueno y José Sicilia, naturales de Fuerteventura, que declararon que era hijo de José León Mena y María de San Diego Mesa, naturales de Casillas del Ángel. Una vez confirmada la legitimidad de su naturaleza comenzó los estudios de Medicina.

El 27 de marzo de 1825, se le otorgó el título de Bachiller en Medicina y de Licenciado en Cirugía Latina.
Al convencerse de que le faltaba mucho que aprender, se embarcó para París sin consultar con nadie, visitando hospitales y consagrando las horas del día a los libros.
La estancia en París duró seis años y le proporcionó unos amplios conocimientos médicos. Tras este tiempo regresó a La Habana, donde abrió su consulta, asistiendo en varias epidemias de fiebre amarilla y cólera, circunstancias que le acreditaron como gran clínico y hábil cirujano.
El 1 de julio de 1846, fue nombrado Académico de la Facultad de Medicina y Cirugía de Cádiz.
Con 45 años dejó todo para regresar a Fuerteventura, acompañado de su criado mulato, dispuesto a pasarse el resto de sus días junto a su madre, viuda por segunda vez, y que seguía viviendo en la aldea que le vio nacer.
El doctor Mena estaba dispuesto pasar los años que le quedasen dedicado a la vida contemplativa, alejado del mundanal ruido de las grandes urbes. Sin embargo, no pudo desprenderse como había deseado, de su profesión de médico. Se sintió en la obligación de prestar sus servicios a todo a que lo requería. Solo puso una condición: que los enfermos acudieran a su despacho. Siempre lo hizo de forma gratuita.
Anécdota del Doctor Mena y Francisco Rugama
Un día, don Francisco Rugama, vecino de Casillas del Ángel, opulento propietario y enemigo irreconciliable del doctor Mena, por militar ambos en campos políticos distintos, se sintió enfermo y como no había otro médico en la Isla que el doctor Mena, llamó a un amigo y le dijo:
¡Me estoy muriendo, vete y dile a Mena si quiere venir a recetarme! Y el amigo conocedor de la lucha entablada entre los dos adversarios que no tenía otro fin que el de trabajar sin descanso por anularse mutuamente, marchó decidido y temeroso en busca del galeno, atravesando los tres kilómetros que los separaban. Al llegar a La Ampuyenta, tocó en las puertas de la casa con todo cuidado, esperando la salida del que había de ser, desde aquel momento fiel cuidador de la salud de su enemigo.– ¿Qué ocurre? —preguntó el Dr. Mena, acariciando sus pistoleras y cara con gran fruición al reconocer al enviado de su adversario.
– ¡ Que don Francisco está muy malo y desea vaya Vd. a verlo!
Mandó ensillar el camello, pues su obesidad le impedía montar a caballo y pronto, muy pronto, se vio ante el enfermo actuando como médico, pues en aquel momento la adversidad había quedado en la calle.
De más está el decir que tomó vivísimo interés en curarlo, no sólo porque era su deber, sino para evitar los comentarios de amigos y enemigos. La enfermedad evolucionó en unos días durante los cuales prestóle asistencia médica cuidadosa, y al cabo de unos pocos días don Francisco recuperó la salud.
Una vez en la calle, su primer cuidado fue darle las gracias por el bien que le había hecho y pagarle el importe de sus honorarios.
—No tiene Vd. que agradecerme nada, ni que abonarme nada -—repuso altanero el doctor Mena—. No he hecho otra cosa que cumplir con mi deber.
Es más —añadió— no puede Vd. imaginarse la satisfacción que he experimentado en curarle, porque me hubiera llevado un disgusto si hubiera muerto de muerte natural, ya que mi deseo estriba en matarle a rabietas y malos ratos.
Y al terminar de pronunciar su última palabra con el orgullo que le dominaba, al verlo sumiso, le tiró las puertas en las narices.Juan Boch Millares
Como es de suponer, el Sr. Rugama llegó a su casa echando espumarajos de ira por la boca al darse cuenta del desaire de que había sido objeto. Y está demás decir que la guerra entre estos dos personajes continuó con más ardor que nunca.

El Doctor Mena viajaba, con frecuencia, a Tenerife. Allí contaba con numerosos amigos. El Dr. Mena tenía una casa de verano en Los Rodeos (La Laguna), una finca rústica por Guamasa y otra en el Tornero (Tegueste).
En Fuerteventura tuvo propiedades en Casillas del Ángel, en Tefía, Los Llanos y Ampuyenta, Betancuria, el Valle de Santa Inés, La Antigua, Vega de Tetir, Valle de Jaifas en La Oliva, Costa de Los Lajares y Puerto Cabras.
Construyó una casa solitaria de dos plantas, muy cerca del Barranco de Los Molinos, en el Buen Lugar. En ella pasaba semanas cuando regresaba de Tenerife, rodeado de sus libros editados en francés. En esta casa guardaba la biblioteca y el instrumental quirúrgico que después dejaría, en su testamento, a su compañero y amigo don Bernardo Espinosa.

La biblioteca del Doctor Mena fue quemada por sus familiares, después de su muerte. Fue usada como combustible para tostar trigo y maíz.
Tras la muerte de su madre, el doctor Mena comenzó a padecer del corazón. Decidió trasladarse a Tenerife, residencia de doña Antonia Rodríguez Núñez, que le cuidó hasta su muerte, el 10 de julio de 1868, cuando contaba 66 años de edad.
En su testamento de 26 de julio de 1864, cuatro años antes de su muerte, dejó un legado de 25.000 pesetas para la construcción de un hospital, el conocido hoy día como “Hospitalito de la Ampuyenta“.
La casa de La Ampuyenta donde pasó los últimos años de su vida, hoy día es se ha convertido en una casa museo en honor al doctor Mena